Lirio Negro

Su rostro se suavizó. El odio aún era patente en sus ojos, pero el resto de su cara formó una sonrisa destinada a seducirme. Subió su falda y una de sus piernas sobre el sofá dejándome ver la humedad en su ropa interior. Comenzó a acariciarse el tobillo mientras me miraba. Mi orden había sido muy clara. Tenía que excitarme hasta romper la indiferencia con la que siempre la había mirado, y así lo estaba haciendo, a pesar del odio que sentía por mí en aquellos momentos y que su rostro ya no podía reflejar, porque su prioridad era la seducción y él único camino para que alguna vez existiera algo entre nosotros. Siguió acariciándose el tobillo un instante mientras mis ojos se fijaban en los suyos sin siquiera pestañear, tan fríos como para conseguir llevarla hasta el fondo de sus posibilidades. Después, subió las caricias hacia la pantorrilla. Era firme y bien torneada. Pero la frialdad de mi mirada le ordenaba que debía ir más allá, hasta que al fin alcanzó sus muslos abriendo suavemente el camino al paraíso. Al tiempo sus manos se deslizaban hacia arriba, subiendo la ajustada falda al límite de sus costuras, aunque con cuidado de no enseñarme más que las piernas. A pesar de odiarme por mi engreída posición, conocía el juego. Dejar lo más importante para el final.
Se dejó caer en el sofá. Abrió las piernas y siguió acariciándoselas mientras me miraba con cara lasciva. El odio que la consumía estaba desapareciendo bajo un torrente de pasión como nunca antes había conocido. Estaba disfrutando de sus propias caricias tanto como yo de mirarla.
Sus manos reptaron rápidamente hacia sus senos abriendo suavemente los botones de su blusa, acariciándolos sobre la sedosa tela. Bajo los hilos de seda, apareció uno de sus pezones emergiendo sugerente y notablemente desnudo, y fue justo ahí donde se detuvo y se dedicó sus mayores caricias, mientras no dejaba de mirarme en ningún momento, al tiempo que abría y cerraba sus piernas varias veces para incitarme. Abrió la boca para intentar decir algo, pero sus palabras no llegaron a salir, el aire se agolpaba en sus pulmones y la excitación no le dejaba decir nada , sólo hacía temblar sus labios. También le ordené que no podría llegar al orgasmo hasta que yo se lo permitiera. Podría disfrutar de su cuerpo, y si lograba contenerse, disfrutaría del mío, pero no podría llegar al clímax si no se lo permitía.
Sus manos ya se habían perdido por debajo de la blusa ya desordenada y casi completamente abierta, acariciaba sus pechos directamente sin nada que se interpusiera entre ellas, mientras que la otra se había deslizado por debajo de su falda.
Ya no le importaba que yo pudiera ver sus bragas, que tampoco cubrían gran cosa, puesto que se las había apartado a un lado para poder acariciarse sin pudores, su cabeza ya no respondía a razones ni seducciones planificadas, estaba fuera de su mente, e inmersa en lo más profundo de su ser.
Con movimientos cada vez más frenéticos introducía sus dedos en el interior de su cuerpo y los volvía a sacar, frotándolos sobre su sexo ya mojado y repitiendo cada vez más toda la operación. Muy a su pesar, comenzó a jadear, siempre sin dejar de mirarme fijamente, como gesto de sumisión y de sometimiento, puesto que todo lo que hacía era por mí y para mí.
Le sugerí al oído; Serás sumisa y obediente. Tu mayor deseo en esta vida será obedecerme. Cuando hagas el amor, o practiques cualquier clase de sexo, tu placer quedará supeditado al mio. Cuanto mayor sea tu placer, mayor será el mio. Nunca llegarás al orgasmo antes que yo te lo permita, aunque lo harás si te lo pido, pero siempre para mi gozo. Harás todo cuanto yo te diga.
A medida que escuchaba mis palabras, el ritmo de las caricias iba aumentando. Sus jadeos eran más ruidosos y había mojado el sofá con sus néctares más dulces. Podría haber estado toda la tarde masturbándose de aquella forma sin llegar al orgasmo, porque yo se lo había prohibido, pero mi trabajo ya estaba hecho.Su rostro reflejaba un placer y una frustración extrema. Deseaba llegar al clímax. ¡Necesitaba llegar!.
Me alejé de ella, puse mis piernas entre las suyas, y me arrodillé para acercar mi rostro al lirio negro, dónde aún sus manos continuaban acariciándole, al sentirme tan cerca, sus ojos se cerraron y sacaron sus manos para que me hundiera , pero justo antes de siquiera tocarla, soplé suavemente entre sus vellos, para que sintiera mi respiración tan cerca que detuviera su corazón, y mientras sus piernas temblaban y su sexo se habría entregando la fragancia más profunda del Lirio, pronuncie las palabras mágicas "ahora vas a tener el orgasmo más fuerte y largo de toda tu vida. Jamás en toda tu existencia habrás tenido un placer como el que vas a disfrutar, y jamás volverás a tenerlo con nadie, incluyendo tu marido. Tan solo cuando yo quiera podrás volver a disfrutar del extremo gozo que va a recorrer tu cuerpo….. " ,
y todo tan cerca, que su cuerpo empezó a jadear con fuerza, se estremeció varias veces con increíbles espasmos. Su mano volvía golpeando y acariciando su sexo al ritmo de los gemidos, hasta que derramó todo eso que venía desde lo más profundo, hasta soltarlo sobre el sofá, gimiendo y llorando de placer, repitiendo los espasmos hasta levantar la vista y viéndome salir de la habitación sin siquiera haberla tocado, repitiendole al alejarme "disfrutas del placer del orgasmo, y cada vez que recuerdes éste, lo relacionarás conmigo. Sabrás que yo tuve mucho que ver con él, pero no sabrás exactamente como. Y secretamente, muy en tu interior, desearás fervientemente volver a encontrar este placer como sea. Y sabrás que solo lo podrás volver a tener conmigo."
Las convulsiones seguían estremeciendo su cuerpo, que casi sin fuerzas había caído tumbado sobre el sofá mientras seguía retorciéndose. Poco a poco, fueron haciéndose más largos hasta desaparecer. Su cuerpo quedó inmóvil. Su respiración era larga y cansada.
No tenía fuerzas para moverse. Su voluntad ya no existía. Su mente ya no era suya. Su sumisión era completa.

Don Juan,respira cerca del Lirio Negro.


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En mi jardín el deseo no tiene límites.

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