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Mostrando entradas de noviembre, 2009

Sexo sobre las arenas...

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"Claudia gemía estirada en las arenas del desierto, ella sabía que las manos del moro le recorrían bajo el vestido de gaza que ese día la vestía en harapos... perdida en el desierto que se había propuesto conocer a fondo y en el cual se había perdido atraída por las pieles morenas quemadas por el sol. El moro la fue desvistiendo con delicadeza, mientras dejaba caer a gotas el agua de su cantimplora sobre sus labios. Los dedos del moro iban despegando las telas roídas por el salvaje paisaje que quemaba la piel de claudia y la hacían arder en deseo a los roces de las delicadas, pero fuertes, manos callosas del beduino. Los labios del ladrón de la arena le fueron robando besos hechiceros de su piel, sus senos ya desnudos se disparaban en deseo erigiendo los pezones blandos y secos, que al roce de los dedos del moro, goteaban ambrosía viscosa y cristalina a la vez volviéndolos a la vida, anunciando que su cuerpo no se opondría a nada que él hiciera... ella sentía como la nariz del

Las caderas del Moro...

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" Con el rostro cubierto por el sudado pañuelo, dejó que sus mantos cayeran a la arena.. denudo frente a la mujer, que perdida en el desierto no dejaba de preguntarse por qué un hombre tan moreno le seducía sin siquiera imaginar su rostro...pero su cuerpo desnudo prendía en deseo al verlo a sexo desnudo y pechos cubiertos de vellos rizados tan negros como la noche, unos pulmones que no dejaban tranquilo esos pechos donde las gotas de sudor corrían por las tetillas saladas que apagaban la sed. A besos fue bebiendo del sudor del beduino, mientras este se contoneaba de deseo y dejaba escurrir sus manos bajo las faldas de aquella turista, que no pensaba en nada más, que descubrir, a que sabía el cuerpo salvaje, de aquel extraño amante, surgido de las arenas candentes del abandonado desierto que le escondía a los ojos de las mujeres, que en esas arenas se perdían. Esos ojos negros que no dejaban de mirarla fijamente a los ojos...las calientes manos del beduino, sabían cómo excitar